
Esta es nuestra moto, la que usamos para el viaje relatado fue un HD Road King alquilada en Madrid.
De un día para otro decidimos alquilar una moto en Madrid y darnos una “vuelta” por la península ibérica. Llevábamos días hablando sobre hacer un viaje por esos mundos de Dios: pensamos en Croacia, Hungría, Grecia, hasta en la Rusia de Putín pero ahí mismo desistimos porque sacar una visa es más difícil que ponerle pantalones a un pulpo. Después de mucho hablar: zas, en moto desde Madrid a algún lado. La de la idea fue Gladys y a pesar de que yo toda mi vida tuve ese deseo, a la hora de la verdad casi arrugo, como que me dio miedo el plan. Pero que va, antes de que me llamen cobarde hay que agarrar el toro por los cuernos.
Unas vez decidida la opción, hubo que buscar moto (llevar la nuestra es un episodio complejo, varios días de barco en la ida y en la vuelta y tener que “bajar” a Huelva a recogerla). Pensé que la gente de Harley Tenerife tendría contactos, por aquellos del “hermanamiento” entre los moteros de esta marca, pero nada que ver. Los amigos de esta tierra me dieron una dirección Harley en Madrid pero llamamos y nos dijeron que ellos no alquilaban. Fue ahí cuando supe de la existencia de una empresa dedicada al alquiler de todo tipo de motos. Llamamos y en principio no tenían máquinas disponibles pero el señor nos pidió le diéramos media hora que quizás nos resolvía el tema.
Dicho y hecho, nos volvió a contactar para decirnos que ya tenía disponible una Harley Davidson King Road año 2016. Hicimos contrato telefónico y listo. El siguiente paso fue buscar pasajes aéreos para Madrid y punto. Todo esto en tres días.
Domingo 12. Madrid-Mérida (Extremadura) 343 kms (autovía/autopista)
Llegamos a Madrid sobre el mediodía del domingo. Mi hija Cristina nos esperaba y directamente fuimos a Chamartín a buscar la moto. Todo listo, moto nueva, preciosa. Con un par de impermeables y una red que nos prestaron para amarrar la mochila, una vez firmados los papeles arrancamos. Una comida ligera con Cristina, dejar en su casa las maletas, meter en las alforjas de la moto lo indispensable y arrancar. Cristina con su coche (carro) nos acompañó hasta la salida de Madrid porque no teníamos ni idea de cómo agarrar la A5 que nos iba a llevar a Extremadura, destino de nuestra primera etapa. Por Móstoles paramos en una estación de servicio, gastamos los primeros 20 euros en gasolina y Gladys que había dio hasta allí en coche con la benjamina, se puso su casco, su chaqueta, sus guantes y se montó en su puesto de “paquete” o “parrillera” y arrancamos.
Ya sobre las dos de la tarde dejamos la ciudad y entramos en territorio de provincias. De Madrid a Mérida, más de 300 kilómetros bajo un sol abrasador y calorcito del bueno… y yo en manga de camisa. Llegué con los antebrazos como un piel roja, entre la mitad del brazo y hasta la muñeca. La camisa y los guantes eran la marca de donde no había pegado el sol.
A dos horas de camino y sin saber exactamente por donde andábamos nos paramos a tomar un refresco y en el bar donde entramos pregunté donde estábamos y me respondieron claro y contundente
-¡En España!
Menos mal, yo pensaba ya estaba en tierras extranjeras. Era aún en la provincia de Toledo, apenas comenzaba la odisea de siete días.
Lo cierto es que sobre las seis de la tarde y a una velocidad por una buena autovía entre 110 a 120 kms/h llegamos a Mérida, antiquísima ciudad española con más de dos mil años de historia, a orillas del Río Guadiana y una belleza arquitectónica digna de ver. Llegamos al hotel ubicado frente a la plaza y luego de echarnos una ducha salimos a dar una vuelta y ver sus ruinas romanas, su puente de más de 60 arcos originalmente y que en una placa se puede ver fue el puente más largo hecho por los romanos fuera de sus fronteras allá en el año 25 de nuestra era. El Anfiteatro Romano, el templo de Diana y hasta una representación de una obra romana nos gozamos en un teatro al aire libre. Ese fin de semana por la ciudad andaban de fiesta y la gente vestía túnicas romanas. Lo que no vimos fue mucho “pecho lata”, debe ser que el calor no era lo más apropiada para ponerse esos atuendos. Ya nos dijo el camarero del hotel que en Mérida no hay nada de cuatro estaciones: o mucho frío o mucho “caló”.
Una cena ligera en base a un par de cervezas friítas, un jamoncito de la zona y una carne ibérica y a dormir.
Lunes13. Mérida-Lisboa (Portugal) 286 kms (autovía/autopista)
Salimos temprano de Mérida hacía Badajoz. Ya comenzamos a ver cantidad enorme de postes de luz llenos de nidos de cigüeñas. Cientos, miles. En un solo poste vimos lo que parecía un súper bloque de viviendas de cigüeñas: 16 nidos logró contar Gladys. Una de las cosas más bonitas de este trayecto fue el largo e impresionante seto de flores en toda la mediana de la autopista y las montañas cubiertas de un intenso y florido color amarillo cuyo aroma nos acompañó durante el viaje hasta la frontera.
Dejados Badajoz y por misma A5 de España, donde no había ni un solo peaje, entramos en Portugal. El cambio no se nota en exceso, solo un pequeño cartel hablaba de Comunidad Europea. Eso si, como si hubiera una marca meteorológica dejamos un fuerte calor en España para entrar en una zona más fresca y más verde. La misma carretera aunque ya no es A5 sino A6, y extrañamente con un canal más (nos habían dicho que la vías en Portugal eran un desastre, cosas que desmiento categóricamente después de haber transitado por ellas. Peores que las españolas nada que ver, en algunos casos más amplias. Por lo menos por donde fuimos, que no es que recorrimos todo Portugal). En España eran dos canales o carriles con arcén (cuneta) y en Portugal eran tres más arcén. Supimos que estábamos en Portugal porque vimos una patrulla de policía (la única en todo el viaje) y no era la Guardia Civil. También caímos en cuenta que estábamos en el país vecino porque la gasolina costaba 30 céntimos más cara (en España echamos a 1,12 de 95 octanos y en Portugal a 1,49) y porque un reloj en la pared de una estación de servicio “nos bajó” de las 12 del mediodía a las 11 (una hora menos).
Como a 10 kilómetros de la frontera ya había un peaje donde retiramos el ticket y seguimos “palante” dejando a un lado Elvas, Évora y demás pueblos y ciudades pues el plan era llegar a Lisboa antes del oscurecer. Seguimos a 120 de promedio por una vía en muy buenas condiciones. Como media hora antes de Lisboa ya encontramos el peaje donde nos cascaron casi 18 euros. En España fue gratis el circular, en Portugal no. Al igual que al llegar a Lisboa nos encontramos con una cola de varios canales/carriles para pagar el peaje al atravesar el puente sobre el Río Tajo (o Tejo, como lo llaman los lusitanos).
Fue una sensación bonita, preciosa, llegar a Lisboa y cruzar ese monumental puente metálico, largo, de muchos metros de altura. El peaje es barato, apenas 1.70 euros. Por ahí entramos a la capital lusitana y preguntando llegamos al hotel donde habíamos reservado la noche anterior (cada día, al llegar al hotel hacíamos la reserva del siguiente día, pues previamente veíamos las condiciones atmosféricas y ahí decidíamos para donde cogíamos así como la escogencia de un hotel que tuviera estacionamiento seguro para la moto). O sea, que íbamos sin programa de ningún tipo, aunque sí con ideas más o menos claras de lo que queríamos pero sin planes específicos .
Lisboa nos gustó, mucho, aunque la vemos como ruinosa (cosa que fue lo que más le gustó a Gladys quien me comentaba que era como presenciar la decadencia de un gran imperio). Edificios majestuosos, arquitectura bellísima, pero viejos, en algunos casos sin mantenimiento, como si se quisiera dar un aspecto de museo histórico nacional al aire libre. No se si no se pintan y modernizan por quererlo así o por no haber dinero para emprender un maquillaje en toda regla. Las calles cruzadas por tranvías son un riesgo para el motorista. Son rieles por todos lados, entrecruzados, sobre adoquines o cemento, y cualquier despiste te puede hacer perder el control de la moto y darte tu taponazo. Por ello metimos la moto en el garaje del hotel y nos decidimos a patear las calles y hasta a ir a Belem en un tranvía del siglo XIX o comienzo del XX a comer los mundialmente conocidos en una pastelería (pastalaria en portugués) que se fundó en 1837 y donde la cola de turistas y nacionales era bien larguita.
De Lisboa nos gustó ese encanto a viejo, la plaza Comercio lindante con la desembocadura del río Tajo (Tejo), la Torre Santa Justa, los fados, el ambiente y la comida nocturna de Barrio Alto, sus múltiples plazas con estatuas de héroes lusitanos, el Museo de la “Cerveja”, su gente amable, su población multirracial, los tranvías. Ya nos habían avisado que en cualquier lado nos ofrecerían drogas y pensábamos que eso sería a los jóvenes. Nada que ver, no menos de 6 o 7 hombres se acercaban a nosotros enseñándonos en la palma de la mano lo que seguramente eran drogas y nos ofrecían “marihuana, coca, hachis…” Así sin más, sin importarle quien es uno.
Martes 14. Lisboa-Cascais-Estoril-Sintra-Leiria-Aveiro 308 kms. (Carreteras nacionales y autovías/autopistas)
Buena habitación de hotel (modernísimo, con un televisor cuyo aparato no se ve, la imagen aparece en un súper espejo redondo en una de las paredes), un opíparo desayuno y moto que te pego bordeando el río Tajo hasta su matrimonio con el Atlántico: Estoril, Cascais… Una costa bellísima, limpia, con buenas playas y bonitas calas. Ciudades modernas con preciosas construcciones antiguas las más de ellas abandonadas siguiendo la tónica de la capital.. En Estoril inclusive pasamos, camino de Sintra, por delante del autodromo donde se disputa en F1 en Gran Premio de Portugal. También en Estoril vimos el famoso casino y la mente me llevó a Don Juan de Borbón, padre de Juan Carlos I y abuelo de Felipe VI, de quien leí que en su exilio en Portugal era un fan de este casino al que iba con mucha frecuencia.
A media mañana estábamos en Sintra. ¡Vaya pueblo bonito! Con jardines preciosos, casas muy viejas pero muy bien mantenidas. Castillos que como guardianes emergen en las montañas que protegen a esta ciudad de las inclemencias del tiempo. Mucho turismo de todos lados: ingleses, franceses, españoles, nórdicos y de casa, portugueses.
Un rato y salida hacía el norte por una muy buena autovía. Decidimos tomar la más recta y así pasamos cerca de Fátima y cuando ya llevábamos varias horas de moto el hambre comenzó a pasarnos factura y decidimos entrar en Leiría.
Buscando, buscando, eran como las 2 de la tarde y paramos frente a un restaurante. Estaba lleno, en Portugal se come a la 1 de la tarde. Nos consiguieron una mesa y la camarera no hablaba nada de nada de español pero la dueña del negocio si, había vivido en Madrid. Bueno, aunque un portugués no “fale “español ni nosotros su idioma, el “portuñol” es fácil de entender. Se veía era un restaurante modesto, pero muy limpio, bien equipado y lleno de gente. Comenzamos a comer con aquello lleno y cuando terminamos ya estábamos casi solos en el negocio. Los portugueses comen y ahí mismo se van a trabajar, lejos de la sobremesa de los españoles. Cuento de este restaurante porque pedimos el menú de la casa: un plato de potaje de espinacas cada uno (del tamaño de un lebrillo o una palangana), Gladys un róbalo de casi un kilo, yo un cocido portugués (parecido al puchero canario o cocido madrileño), cerveza, postre y café. ¿Cuenta?:18 euros. Lo que comimos aquí, en Canarias en cualquier guachinche no baja de 30 euros. Baratísima (en otros buenos restaurantes también era sí) la comida. La gasolina y los peajes serán más caros que en España, pero la comida es por lo menos un 40% más económica.
Terminada el almuerzo volvimos a montarnos en la moto y por ahí salimos como 20 kms por una carretera general llena de camiones. (A propósito, pasamos cientos de camiones tanto en la ida como en la vuelta, por todos lados). Cuando pudimos conectamos con una autovía (por supuesto con peaje incluido) y agarramos para Figueira da Foz, muy cerca de Aveiro que era nuestra etapa final del día.
Llegamos a Aveiro a media tarde y luego de dejar la moto en el hotel y echarnos una ducha, salimos a dar una vuelta por sus calles. Aveiro es precioso, aunque al igual que en Lisboa vimos bonitos edificios pero necesitados de una cariñosa pintura que les den aires de juventud. Canales y rías rodean la ciudad y sus paseos en barcazas (tipo góndolas venecianas) son un gancho turístico. Sus aceras son de cerámicas (azulejos) formando curiosas figuras. Y frente a la ría principal el negocio “El Gato Preto”, una de las “cafetarías” más antiguas de Aveiro, con más de 100 años de fundada y hoy día propiedad de mi amigo Antonio Matos y su familia, el mismo que por más de 30 años me servía el café o me vendía los cachitos de jamón en la Panadería Yocoima de Sabana Grande en Caracas, El buen amigo Antonio que en la tarde no estaba en el negocio ya que sus hijas y su yerno trabajan, al igual que su esposa, con él y se van turnando. Pero al día siguiente si estaba el hombre y pudimos hablar, reírnos y recordar aquellos viejos tiempos de la Solano cuando nos reuníamos 10 personas y con 2 bolívares se pagaba el café de todos.
Miércoles 15. Aveiro-Viseu (Potugal)-Ciudad Rodrigo (Salamanca) 222 Kms. (autovía/autopista)
Ese día lo teníamos programado para salir de Aveiro a Oporto, pero la noche anterior Gladys vio en su cacharro portátil que por el norte había probabilidades del cien por ciento de lluvia y tormenta eléctrica. O sea que el plan que había de seguir para Porto y Vigo lo trocamos por atravesar horizontalmente Portugal y volver a España para llegar a Ciudad Rodrigo en Salamanca.
Antes de tomar la ruta hacía España nos acercamos a la zona de playa de Aveiro, donde en verano hay más españoles que portugueses. Buenas playas, modernas viviendas, una súper rotonda y un faro que es el más alto de toda Europa.
Magnífica carretera y buen tiempo, pero veíamos que por el norte estaba cayendo la monumental, con rayos, relámpagos y centellas. No sé como pero rodeados de agua por todos lados y con la vía mojada, sobre nosotros no caía nada. La lluvia nos llevaba la delantera, pero luego de andar una hora sí llegó lo que tenía que llegar: la lluvia sobre nosotros. Poco antes de Viseu cayeron cuatro gotas sobre la pantalla de la moto y optamos por pararnos debajo de un puente y ponernos los impermeables. Menos mal, la que cayó fue la mundial. Un palo de agua de mucho cuidado que nos acompañó durante por lo menos 50 kilómetros. Ahí yo me vuelvo cobardón y en la moto no pasó de 80 kms/hora, máxime cuando para más inri era una zona de curvas. Luego en las rectas, y con una cortina de agua por delante, si subía a 100 o más. Pero aún así el mayor riesgo eran los camiones y coche (carros) que nos pasaban volando. Con más precaución y cuidado que otra cosa llegamos a una estación de servicio y curiosamente Gladys, excepto los zapatos, estaba seca, pero yo de la mitad para abajo estaba empapado; no sé por donde se metió el agua, pero el pantalón del impermeable de nada sirvió, los blue jeans (vaqueros) estaban empapados. En el baño de la estación de servicio me cambié de ropa y después e tomar un café para entrar en calor (el agua era helada) pudimos seguir aún lloviendo. Sin embargo en poco tiempo dejó de caer agua, pasamos por un poblado que me hizo recordar a Venezuela porque se llamaba igual que aquel portugués que en los comienzos del gobierno de Chávez mató a varias personas en la Plaza Altamira, Gouveía (¿sería de ahí ese desgraciado?). Sobre el mediodía estábamos en la frontera, de un lado la policía portuguesa y del otro la española, con una edificación que algún día fue aduana pero que ya no se utiliza. Entramos a España y le pregunté a Gladys:
-¿Quieres comer a la 1 o a las 2… en España o en Portugal?
Cuando le pregunté ya eran las dos de la tarde, y al responderme que mejor comer más temprano, di vuelta a la moto, pasé una raya virtual que nos daba una hora menos y ya era la una. En fin que almorzamos en suelo portugués, en un restaurante de frontera, muy bien y mucho más barato que en España. Eso si, terminada la comida nos montamos en la moto y emprendimos camino; ya como en una hora divisamos sobre una colina una población preciosa: Ciudad Rodrigo, en suelo español, en Salamanca.
A orillas del Rió Agueda está Ciudad Rodrigo, un centro urbano que según algunos ya era habitado hace miles de años, incluso ya en el Paleolítico se dice que había gente en esta zona. Hoy día es en su parte antigua un recinto cerrado rodeado por una muralla circular. Su Plaza Mayor, sus calles estrechas, su catedral y su inmensa capilla (una al lado de la otra), su Parador Nacional de Turismo, sus comercios, su gente… todos nos gustó.
En la capilla entramos y vimos que solo había una señora. Un silencio sepulcral que en verdad se disfrutaba. Y en esto un señor –seguramente el cura- apareció en el altar, prendió el quipo de sonido y comenzó por los altavoces el Santo Rosario. Con sus misterios y demás y una musiquita de fondo, todo muy clarito, bien montado y editado, ya el Rosario no es en vivo sino grabado. ¿Curioso, no?
Ah, frente a la catedral hay un museo curiosísimo que no pudimos ver por estar cerrado a esa hora de las 6 de la tarde: el Museo del Orinal, con más de 1300 orinales de loza, metal, porcelana, decorados de mil maneras. Nos dijeron era único en el mundo. Otra curiosidad de Ciudad Rodrigo es que en su Plaza Mayor aparte del correspondiente bar y agencia del Banco Santander, había dos farmacias (una frente a la otra) y como cinco joyerías.
(Lo del banco Santander es curioso: por donde quiera que pasamos en España, ya fuera ciudad, ya fuera pueblo grande o pueblo chico, hay tres cosas que son comunes a todos: un bar, una iglesia y una agencia del Banco Santander).
Jueves 16. Ciudad Rodrigo-Salamanca-Sierra de Gredos-Arenas de San Pedro-Candeleda (Ávila) 290 kms (autovía/autopista, mucha montaña y carreteras nacionales)
En Ciudad Rodrigo amanecimos. Al despertar, otro abundante desayuno en una mesa con una fabulosa vista sobre el río Águeda y moto que te pego hasta Salamanca capital a más o menos una hora. Fácil fue estacionar en la ciudad charra porque en todos lados hay espacios reservados para motos, aunque uno que nos gustó estaba ocupado por una furgoneta de manera irresponsable. Le hicimos ver que era un espacio reservado para motos y en poco tiempo se mandaron a mudar y nos lo dejaron. Cargando el morral y los cascos nos fuimos de garbeo por esas preciosas calles salmantinas de no más de un par de metros de ancho muchas de ellas. Nuestros pasos nos llevaron a la Universidad Pontificia, a la Casa de las Conchas con su espectacular biblioteca y hasta los centros donde Don Miguel de Unamuno es mentado, como uno donde había un cartel que rezaba: “En este local nunca tomó café don Miguel de Unamuno” decía, porque le verdad es que el filósofo y profesor universitario en Salamanca es personaje histórico. La plaza mayor de la ciudad charra es grande, preciosa, espaciosa pero con unos restaurantes que te cobran el doble que en cualquier otro bueno en cualquier calle. Estar en la plaza tiene su precio. Muchas banderas españolas y apoyos a la selección de fútbol. Comimos de lo mejorcito en un Restaurante llamando Ruta de Plata que habíamos descubierto en Internet, especializado en cordero y cochinillo que estaban de rechupete. Previamente unas cervecitas nos habían permitido hablar con unos jóvenes bien simpáticos en una cafetería.
Terminado el almuerzo regresamos por la moto y luego de pasar un puente sobre el río Tormes emprendimos camino hacía el sur, rumbo a Sierra de Gredos. Para ellos tomamos la vía que une Salamanca con Cáceres pero a la altura de Guijuelo (tierra de famosos embutidos) nos desviamos para llegar a un pueblo grandito llamado Piedrahita y de ahí (ya en la provincia de Ávila) pasando varios pueblos menores comenzamos a subir una empinada montaña de muchas curvas, con lluvia y frío. Pero valió la pena, desde el puerto más alto se veía un valle espectacular, con montañas manchadas por pueblitos de casas con paredes muy blancas y techos rojos. En uno de ellos, casi en la base, tomamos un refresco, estiramos las piernas y descansamos un rato que buena falta nos hacía. La lluvia nos acompañó en la mayor parte de esta etapa y nuevamente tuvimos que hacer uso de los impermeables. Ya en el valle, a los pies de la Sierra de Gredos, una autovía nueva nos llevó hasta Candeleda, un pueblo precioso que para más deleite tenía un concurso del 30 de mayo hasta el 30 de junio de balcones decorados con flores.
Aquí si las pasé mal con la moto porque habíamos contactado por internet con una casa rural donde reservamos y no se nos alertó que estaba a casi dos kilómetros de la carretera. Para llegar tuvimos que tomar una senda estrecha con superficie de cemento, tierra, yerba y jable suelto, muy pronunciada, con curvas realmente difíciles. Vamos, para un todo terreno o para moto de montaña, no para una Harley de más de 400 kilos.
Al llegar el dueño de la casa rural, un buen hombre de nombre Ricardo, se llevó las manos a la cabeza al ver la moto con la que habíamos subido. Nos dijo que llevaba toda la tarde tratando de comunicarse con nosotros pues cuando vio la reserva que habíamos hecho y pedíamos un puesto seguro para la moto, trató de decirnos que no se nos ocurriera subir, que hace días un señor más joven que yo, con una moto mucho más pequeña se había caído en una curva. Que ni se me ocurriera subir, pero nada que le cayó la llamada y si le llega a caer pues en moto ni te enteras que te están comunicando. Pero ya estaba allí gracias a Dios sin contratiempos. No fue fácil la noche ya que me la pasé pensando como iba a hacer al día siguiente para salir, sobre todo para tomar una curva muy difícil. Preocupación infundada porque al día siguiente salí en esos dos kilómetros de vereda para tractores con “la burra de hierro” sin el más mínimo inconveniente. De algo debe servir el llevar montando en moto desde los 18, digo yo y una copiloto que siempre me insufló fe y esperanza (la caridad quedó para el pueblo de Plasencia donde a un vendedor ambulante le compramos cuatro pares de lentes o gafas y quedó más contento que unas pascuas).
Bueno, magnifica atención en esa casa rural. Noche tranquila con una vista espectacular sobre el valle del Tiétar y a la mañana siguiente luego de desayunar emprendimos la ruta hasta Plasencia, como primer paso, ya en la provincia de Cáceres.
Viernes 10. Candeleda-Plasencia-Cáceres-Trujillo. 236 kms (carreteras nacionales y autovía/autopista)
Esa ruta fue de lo más bonito del viaje: los 19 municipios y correspondientes pueblos que se encuentra uno entre Candeleda y Plasencia y que conforman la Mancomunidad Intermunicipal de la Vera (antes la Vera de Plasencia) es de lo más bello que hemos visto nunca. Pueblos limpios, bonitos, con flores por todos lados, gente amable, vegetación exuberante. Nos llamó poderosamente la atención Losar de la Vera con sus arquitecturas y figuras hechas con flores y árboles perfectamente podados. No una ni dos; no, decenas de figuras de todo tipo, desde conejos hasta ciclistas. Bellísimo. También Valverde la de la Vera donde en Semana Santa se hace un acto llamado “El empalado” representando la crucifixión que congrega a más de 15 mil personas que se unen a los apenas 300 habitantes del pueblo.
Al final del Valle de la Vera está el Valle de Jerte donde se cosechan las mejores cerezas de España. También por la ruta está Montfragüe, un reservorio natural de buitres que es el más importante de Europa.
Rodando, rodando, y a lo tonto a lo tonto, por una magnífica autovía llegamos a Plasencia. En la Plaza Mayor había un mercadillo y la exhibición de frutas y verduras fue un espectáculo. Mientras me comía un jamoncito y me tomaba una cerveza, Gladys buscó unas cerezas riquísimas. Ahí uno de los camareros que nos atendía al vernos con el casco en la mano nos informó que él también era motero y que se ponía a disposición para lo que hiciera falta.
Una horita por allí, Gladys en el mercadillo compró unas cerezas (su fruta favorita) grandes como ciruelas, dulcísimas y tomamos camino de Cáceres por una magnífica autovía/autopista. Ante de la ciudad nos pasaron varios motorizados que no iban de paseo, iban volando, porque nosotros andábamos a 120 y apenas pude distinguirles el color de la moto cuando nos adelantaron. ¡Vaya manera de hacer turismo! En este tramo un pájaro, creo que una golondrina porque había muchísimas, chocó contra la pantalla de la moto, rebotó a mi antebrazo y allí quedó el pobre o la pobre. El golpe asustó a Gladys, pero nada pude hacer para evitarlo, fue de repente. Menos mal que no era una cigüeña, hubiésemos sido noticia de primera plana: “Motoristas desaprensivos atropellan a cigüeña ocasionándole múltiples contusiones (por suerte no llevaba niño ese día)” Por aquí ya los campos no presentaban la vegetación y el verdor de la zona del Tiétar o de la Vera; no, tierras más bien secas, con plantas menores y mucha tierra. No se veía fuera zona cultivable, más bien desértica. El Rió Tajo (el más largo de España) en este sector es impresionante, ancho, con aguas azulísimas, cruzado por un magnífico puente; a lo lejos, hacia el oeste, vimos otro que se está construyendo. Durante todo este camino siguieron acompañándonos las cigüeñas y sus nidos.
Cáceres nos gustó mucho. Una magnífica plaza central, o mayor, y cantidad de monumentos, iglesias, casas antiguas, callejuelas estrechas. Preciosa y limpia ciudad, lo peor fue un tarantín del partido Podemos con cuatro muchachos de no más de 16 o 18 años que tenían un equipo de sonido a todo volumen con consignas de ese partido y una canción que rezaba más o menos: “Somos bolivarianos, se acabó robar dinero a dos manos”. Creo que ni sabían el significado de bolivariano ni cosas que se le parezca, pero allí estaban felices de la vida.
Comimos en un restaurante de la plaza, el más alejado de la música y después nos decidimos a recorrer sus estrechas calles. Curioso que ya en la plaza mayor uno de los restaurantes era de comida turca.
A media tarde nos volvimos a montar en la moto y partimos rumbo a nuestro punto final del día, Trujillo, a 63 kilómetros de Cáceres, lugar de nacimiento en 1478 de Francisco de Pizarro. En su plaza central o mayor hay una gran estatua de del personaje que como se sabe fue el conquistador del Perú, en cuya capital Lima falleció en 1541.
Entramos con la moto a la zona antigua y a un joven que tenía otra le preguntamos como llegábamos al hotel y no solo nos indicó sino que se prestó a acompañarnos y lo simpático es que para llegar a ese hotel hay que atravesar la Plaza Mayor de punta a punta, pasando por delante de la estatua de Pizarro. A esa hora, como las 5 de la tarde, la plaza tenía cuatro o cinco personas, pero luego de dejar la moto en un lugar seguro, de subir a la habitación del hotel a refrescarnos y de cambiarnos de ropa, salimos a dar una vuelta y ya la plaza estaba de bote en bote, con cantidad enorme de coche allí aparcados, con las mesas de las terrazas de los restaurantes casi llenas y con una chiquillería corriendo y gritando por todos lados, amén de los típicos turistas chinos o japoneses con cámara en mano él y ella con su sombrerito de ala ancha como Pedro Navaja.
Dimos unas vueltas por la población, compramos unos quesos encargo de nuestra Cristina y nos sentamos a tomar cerveza. Ahí mismo el mesonero nos preguntó (como en todos lados) de donde veníamos y al decirle Tenerife se mando “ah, si, guagua, mi niño…”. Unas vecinas de mesa, madre e hija, rápidamente entraron en conversación con nosotros y hasta Facebook intercambiamos.
Un buen rato en la plaza y luego al hotel para ver el partido España-Turquía.
El hotel muy bueno, con un desayuno de primera, pero fue el único de todo el viaje donde no dormimos bien, bueno por lo menos yo ya que Gladys tiene el sueño más profundo. El aire acondicionado hacía un ruido bárbaro y a pesar de que en la tarde lo alertamos nada hicieron para arreglarlo y no nos ofrecieron una habitación de cambio de similares características a la pre-alquilada sino otra de condiciones inferiores. En fin, que una noche mala la tiene cualquiera y a nosotros nos tocó en Trujillo en un hotel de los llamados “buenos”.
Sábado 11. Trujillo-Madrid 260 kms (autovía/autopista)
El sábado nos levantamos tranquilos sabiendo ya era el último día de moto. Desayunamos y otra vez comencé (como en Candeleda) a preocuparme por ver si podía sacar la moto del lugar donde estaba, enfrente del hotel. Calle estrecha, de adoquines irregulares, en subida y luego con una curva pronunciada en bajada hacía la Plaza Mayor que teníamos que atravesar nuevamente para ya tomar rumbo hacía las afueras de la ciudad. Todo resultó bien (tiendo a ponerme nervioso por cosas que luego resultan no se me complican). Ah, al llegar al lugar donde dejamos la moto aparcada en la noche había una pareja de japoneses haciéndole fotos como si nunca hubieran visto una igual. Cuando vieron la prendía nos hicieron gestos de “qué bueno, bonita moto, los felicitamos”, acompañado de una amplia sonrisa.
Una buena autovía, un día ligeramente caluroso, y otra vez en carretera. Cuando llevábamos como hora y media ya por tierras de Toledo, entramos en un pueblito que desde la autovía se veía precioso: Oropesa. Y vaya que lo era. En su centro paramos y nos tomamos una cervecita Gladys y yo un refresco (bueno, una Coca Cola como a mi hija Claudia le gusta que diga). Fotos de rigor, conversaciones con los camareros y vecinos de mesa de donde éramos y después de un ratico moto que te pego para Madrid.
En la medida que nos íbamos acercando a la capital de España ya el volumen de vehículos crecía y con ellos mucho conductor imbécil que comete barbaridades al volante. Un señor de bastante edad, en un Mercedes, nos pasó por el lado izquierdo y se nos atravesó delante casi rozándonos la rueda. Era para tomarle la matrícula y denunciarlo en el primer puesto de la Guardia Civil.
A la altura de Móstoles paramos a echar gasolina (no sé ni cuantas veces reposte, eso si, cada vez que lo hacía se iban en promedio 20 euros. Esto lo digo por si alguien se atreve a hacer esta ruta, hay que llevar mínimo 300 euros solo para gasolina) y para preguntarle a Cristina como llegábamos a su casa.
La explicación fue clara y concisa: “por las A5 que van ahora empatan con la M-30, luego toman la A1 y A6 y más tarde en la salida 23 te vas a la calle de tal, y ahí hasta la estación de servicio cual que a la derecha te conduce a la avenida equis y…. “. Perfecto, ni un pelón, ni una duda, en 20 minutos ya estábamos frente a casa de mi hija tocando la corneta y diciendo aquí estamos.
Besos de rigor, descanso un ratico y a devolver la moto antes de las 6 de la tarde.
Todo perfecto, chequeo normal, devolución de depósito de garantía por cualquier accidente y aquello de la franquicia y para un buen restaurante con Cristina y Borja para celebrar la vuelta, el feliz regreso y para hablar por donde será la próxima ruta.
Chao, hasta la próxima.